La Señora de la Micro

Estaba sentada, creo.
Y la micro parò.
Habìamos llegado al metro.
Todos bajaban, menos una señora.
Estaba en silla de ruedas.
Me quedè de las ùltimas con otra joven, y entre las dos bajamos la rampa que pesaba mucho.
La señora bajò. No sè si llorando o con una mugre en el ojo.
Subì al metro con una sensaciòn algo diferente.

Pendiente

1.- La señora de la micro
2.- La otra señora de la micro
3.- La abuelita de la micro
4.- El joven de la micro
5.- Para la querida Matuca

Sìn Tìtulo

Y sus làgrimas se camuflaron mientras nadaba al fondo de la piscina.

Respiro!

Hablò y punto (¿suspensivos?).

Sin Palabras

Hace tres años entrè a la Universidad.
Hace tres años mi abuela se volviò cada vez màs repetitiva al hablar.
Ayer mi abuela llamò por telèfono, y contestè yo. Ayer estuve una hora escuchando a mi abuela decirme lo que cada vez me dice cuando llama, y sin embargo, no me aburro.
Al despedirse, mi abuela me dijo lo que siempre me dice: "que me vaya bien"

El Volantìn

Estuvieron toda la tarde elevando volantines rojos,
hasta que uno se fue con el viento.

"Primero nace el amor a la belleza corporal, es una educación estètica, se ama un cuerpo y màs allà se ve que lo bello no está circunscrito a un sòlo cuerpo, es ver que la belleza de un cuerpo es hermana gemela de la del otro".

Platòn

La noche de Ariel

Estaba repleto de gente que desconocìa, èl sòlo disfrutaba de un momento sin lìmites.
De pronto se detuvo en medio de la pista, y todo a su alrededor tambièn.
Se quedò de pie, asì como bloqueado, observando la distorsiòn hecha carne.
Se sintiò un extraño, en un mundo completamente normal. Saliò corriendo mientras todo quedaba atràs detenido. Siguiò corriendo hasta que no pudo màs.

sin tìtulo

El metro se detuvo y Antonia quiso llorar,
intentò gritar en medio del tùnel,
y de su boca sòlo saliò una luz incandescente.

sin tìtulo

Di un salto y me sumergì completamente,
salì a la superficie en busca de una bocanada de aire,
y respirè libertad...

Un abrazo?

En silencio escuchè la micro morada y los gorriones que creo, estaban en un àrbol.
A los hombres que conversaban y a los perros que ladraban, que segùn la mayorìa uno era chico, blanco y con manchas negras, yo no distinguì sus colores.
Abracè a Claudia, y luego a una señora y a un señor que no conocìa, de fondo sonaba una ranchera que armonizaba con su ritmo el abrazo de los desconocidos.