En silencio escuchè la micro morada y los gorriones que creo, estaban en un àrbol.
A los hombres que conversaban y a los perros que ladraban, que segùn la mayorìa uno era chico, blanco y con manchas negras, yo no distinguì sus colores.
Abracè a Claudia, y luego a una señora y a un señor que no conocìa, de fondo sonaba una ranchera que armonizaba con su ritmo el abrazo de los desconocidos.
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